martes, 28 de enero de 2014

La Corrida Internacional de Comodoro

Nunca había viajado tan lejos con el propósito de correr. De hecho, nunca había viajado tan lejos. Si Buenos Aires ya está lejos, Comodoro-Rivadavia está a 2000 kilómetros más al sur. Es decir, a mayor latitud (45ºS) que Sant Pol de Mar (40ºN). 

Fue gracias a Pablo Vega que me invitaran a esa carrera y ha sido una grata experiencia. El circuito es durísimo y las 10 millas (16 kms) se convierten en una tarea difícil si además se le suma el viento y/o el calor. Comodoro está en medio de la Patagonia y no suele tener temperaturas demasiado altos para ser verano pero sí vientos huracanados. Es decir que una brisa de sólo 20 o 30 km/h sólo es eso, una brisa. Y esta es la suerte que tuvimos en la edición de 2014: temperatura agradable y poco viento. 

Se salió rápido porque era bajada y alguien siempre quiere ser el protagonista cuando hay mucho público. Mi táctica estaba en no pasarme de ritmo y, sobre todo, tener paciencia en las subidas. Después de ver que en la Behobia pude hacer un ataque bueno en la bajada y varios malos en las subidas, decidí que mi carrera se decidiría ahí, bajando.

Arriba de la cuesta Rivadavia, con William y Gilmar en cabeza, Rojas y yo detrás (Foto: A. Carrizo)

En el kilómetro cuatro, enfilando la cuesta de Rivadavia, iba en cuarta posición. Los dos brasileños se escaparon y por detrás el cubano Rojas me adelantó subiendo más rápido. Pero en la bajada le dejé atrás y me propuse acercarme a los de delante. Así pasaron varios kilómetros y no sólo no los alcanzaba si no que el uruguayo Zamora me atrapó a mí. Sería más o menos el kilómetro diez (porque no estaban marcados).

Con el uruguayo mantuvimos una batalla campal. Cada uno jugaba sus cartas: ahora ritmo constante, ahora me coloco atrás, ahora ataco largo y continuo, etc. Fue épico, la verdad. Y cuando nos acercábamos a la última subida (quizá sobre el 14), yo perdí contacto. Estaba cansado y no podía seguir. El uruguayo se animó y me dejó tan atrás en la cuesta que arriba me sacaba unos 15 segundos. Pero llegó la bajada.

En el podio (3º) con trofeos enormes (Foto: M. Roig)

Tuve un momento de duda, de pensar si merecía la pena darlo todo en un sprint a la desesperada o me conformaba con el cuarto lugar. Pero pensé que del cuarto no se acuerda nadie y que si fui hasta Argentina era para correr tanto como puediera. Así que me lancé. Falta algo así como un kilómetro hasta meta y me iba acercando al uruguayo. Pensé que al darse cuenta que me acercaba aceleraría, pero el pobre estaba muy cansado (tenía excusa, su vuelo se retrasó tanto que la noche antes de la carrera la pasó sin dormir en el aeropuerto). 

Y llegué a su altura. Le adelanté y todavía faltaba un buen trozo hasta meta. Pensé que no llegaría porque mis piernas no se podían mover más. Pero lo hice y tanto corrimos al final que por poco no alcanzamos al brasileño que estró segundo, William.

Acabé contento con la carrera y mucho más con la experiencia. Al terminar, nos invitaron a asado en la redacción del diario Crónica (los organizadores de la carrera) y se acabó la noche con karaoke y baile, pero eso es otro cantar y queda fuera del alcance de este blog (sólo dejo un detalle gráfico de mis dotes vocales).

Cantando a dúo con Norbert (Cuba) (Foto: A. Carrizo)


lunes, 13 de enero de 2014

11 años después del Trofeo Mamo Wolde

En 2003 se inauguró el trofeo Mamo Wolde, en honor al gran atleta etíope, para el ganador y la ganadora del cross de Elgoibar en categoría junior. Y yo fue el primero en recibirlo.

Acaba la categoría junior, volví a Elgoibar un par de veces pero el cross ya no era mi terreno ideal. Poco a poco me he decantado hacia el asfalto y, aunque no son incompatibles, estas dos superficies exigen técnicas y entrenamientos diferentes. Por eso y por otras razones, Elgoibar nunca volvió a ser un cross fácil para mí y dejé de participar.

Poco después de empezar (Foto: Diario Vasco)

Pero este año he decidido que quería correrlo de nuevo. La fecha me venía muy bien después de todo el mes de diciembre entrenando en Kenia y quería tener alguna referencia antes de intentar mejorar marca en la Mitja Marató de Santa Pola de este próximo domingo.

Aunque entrené muy bien en Kenia, la falta de referencias siempre crea incertidumbre a la hora de competir. No sabía si estaba muy en forma, un poco en forma o más o menos en forma. Pero me sentía bien ayer al calentar y tenía muchas ganas de competir. Por suerte el terreno estaba seco y se podía correr bien. Se dio el disparo de salida y me coloqué en el grupo delantero, codo a codo con los africanos. 

Bien colocado en todo momento (Foto: Diario Vasco)

Iba sin reloj y me encontraba tan bien que incluso pensé que no habíamos empezado rápido, pero en el paso del 4000 oí un entrenador entre el público cantarnos 12'10". Esto es muy rápido para un cross, pero yo seguía estando bien. 

Al cabo de poco se empezó a tensar la carrera y ahí ya no pude mantenerme con los primeros, pero estaba más que satisfecho y por detrás no venía nadie. Me adelantaron un par de atletas y llegué a meta en 13ª posición, a sólo un minuto y medio del ganador Tomothy Toroitich.

Los resultados los podéis consultar aquí y el vídeo de la carrera, por ETB, está aquí.

jueves, 2 de enero de 2014

La shamba



Shamba es la palabra suajili que significa “granja” pero en la mayoría de las ocasiones se acaba traduciendo por “propiedad rural”, allí donde los kenianos tienen sus vacas, su cosecha y donde quieren ser enterrados.

El pasado jueves día 26 visitamos la shamba de mi suegro, donde ahora viven su madre y una de sus hermanas. Aunque no está muy lejos de Eldoret, llegar hasta ella no fue fácil. Seguimos la carretera de Kaptagat hasta llegar a la zona llamada Flax. A partir de ahí, el camino es de tierra y de la mala. Está llena de baches y en varias ocasiones el coche tocó fondo. Pero el paseo mereció la pena.

Recibiendo una taza de mursik como bienvenida (Foto: M. Roig)

En una parcela de dos acres (casi una hectárea, si no me he equivocado con los cálculos), sin agua corriente ni electricidad, pero con un pozo y unas vistas maravillosas, la familia mantiene a varias vacas, algunas ovejas y planta lo que necesita para vivir, intercambiar o vender. Hay tres edificaciones en este terreno: la cocina, la habitación de los niños (durante diciembre los colegios están cerrados y hay varios sobrinos y nietos por aquí) y la despensa.

Al llegar, como dicta la costumbre, nos ofrecieron mursik (ya habé del él en el blog). Estuvimos un buen rato haciendo fotos y explicando cómo está la familia, cómo está la casa y todo lo demás que se tuviera que explicar, pero yo no me enteraba de nada porque en las zonas rurales se habla kalenjin. La abuela de Mercy, que ya tiene más de ochenta años, apenas habla suajili ni inglés y resulta sorprendente que algunas nuevas generaciones están perdiendo sus lenguas tradicionales. Sé de casos en los que abuelos y nietos no se pueden comunicar y me resulta chocante.

Esta es la construcción principal, donde se encuentra la cocina (Foto: M. Roig)

La vida en las zonas rurales de Kenia tiene otro ritmo. Por desgracia no nos quedamos más que una hora; me habría gustado quedarme por lo menos una noche y experimentar cómo se vive cuando no hay grifos ni enchufes. Quedarme bajo las estrellas sin ninguna otra luz que la que produzca el fuego y la pequeña luna que está estos días en el cielo. Ver un amanecer progresivo detrás de las colinas que se dibujan a muchos kilómetros de distancia. Escuchar el silencio de la naturaleza. Respirar el aire más fresco.

Panorámica de 360º de las vistas desde la shamba. Quita el aliento (Foto: M. Roig)

Quizá la próxima vez. Quizá. Ganas no me faltan, aunque no sé si me gustaría estar mucho más de uno o dos días. Será cuestión de probarlo.