sábado, 28 de junio de 2014

Tiempo de pista

Una vez finalizada la maratón de Estocolmo y con el regusto amargo de un mal resultado, las ganas para entrenar no había dónde encontrarlas. Y porque el mes de junio es un mes muy dado a los controles de pista (en especial los miércoles en Serrahima, pero hay más), las últimas semanas me he dedicado a no entrenar más que dos o tres veces -en total, no "a la semana"- y a competir media docena de carreras. Es tiempo de pista.

El atletismo de verdad, el del cronómetro en mano, es quizá más desagradecido que el maratoniano pero tiene sus puntos a favor. La mayoría de competiciones son gratis -o casi- si estás federado (aunque no esperes ninguna bolsa del corredor) y, salvo que te lesiones, puedes competir y competir y competir sin el temido riesgo de sobreentrenamiento. Es más, cuanto más compites más en forma te pones.

Pero digo que es desagradecido porque está regulado hasta las centésimas y el puesto, el mayor consuelo en las carreras de asfalto, no importa para casi nada. Lo que cuenta es seguir superándose y si el listón está alto, como es mi caso, las posibilidades de fracasar son demasiadas.

Llevo tres años sin mejorar ninguna de mis marcas personales. La última fue en 2011, en la maratón de Barcelona (2h18'08") pero tengo que bucear hasta 2010 para ver una marca en pista: los 14'09"28 del 5000 de Mataró. Y voy camino de un año más. Pero me lo estoy pasando en grande, que al fin y al cabo es de lo que se trata en este deporte y en esta vida. Porque lo de ganar dinero lo dejo para otros; a mí me gusta más gastar poco, que por algo soy catalán.

El caso es que desde el 31 de mayo que me hundí en el asfalto sueco, mis zapatillas de clavos se han convertido en mi apósito favorito. Después de una transición en forma de 10 kilómetros en Martorell a favor de la Salud Mental (y con un jamón como premio), las zapatillas de clavos me han acompañado en dos cincomiles, un tresmil, un milqui y un mil. Y no estoy hablando de series, que en Canet nuestra pista es de arcilla y nunca nos ponemos clavos. 

Tirando en el 5000 del día 11 de junio (Foto: J. Sebastià)

Estas competiciones me mantienen en forma y más o menos competitivo. Estoy lejos de mi nivel de antaño y me pregunto si alguna vez lo recuperaré. Las marcas que antes me parecían fáciles ahora me resultan imposibles y cada día que pasa me pregunto más cómo viviré el atletismo a partir de ahora. Le he dedicado muchas horas y he recibido varias calabazas así que la conclusión es, ahora mismo, que me lo tomaré un poco más a la ligera. Y volveré a empezar por los cimientos.

Por ahora, nada de pensar en maratones ni en marcas personales. Seguiré con las carreras que más me gustan (la Behobia, en su 50ª edición, es la gran estrella de los meses por venir) y volveré al cross como si fuera de nuevo un cadete o un júnior. Intentaré viajar para ver mundo y participar en las carreras más inverosímiles a las que tenga alcance. Y me esforzaré en cada competición como no lo he hecho antes para conseguir el mejor tiempo posible (porque quizá ahora no lo valore, pero dentro de unos años eso que me parecía fácil resultará imposible).

PD: Para los amantes de la estadística, mis resultados de estas semanas han sido los siguientes:
  • 11 de junio: 5000ml (Serrahima, Barcelona) 14'49"03
  • 18 de junio: 1500ml (Serrahima, Barcelona) 4'01"14
  • 21 de junio: 3000ml (Bilbao) 8'27"51
  • 25 de junio: 5000ml (Serrahima, Barcelona) 14'57"09
  • 27 de junio: 1000ml (Granollers) 2'35"4

martes, 3 de junio de 2014

La caja de los truenos

A veces estas cosas pasan. A veces sueñas que la carrera será diferente; te imaginas entrando en el estadio olímpico y poder levantar los brazos de felicidad. Porqué has ganado. Porqué has hecho marca personal. Porqué has corrido bien. Pero no fue así. Llegué al estadio olímpico de Estocolmo destrozado y paré el reloj con rabia. Caminé algunos metros y me tiré al suelo. Estaba roto física y mentalmente. 

Disfrutando del estadio olímpico con Paula antes de calentar (Foto: M. Rotich)

En los últimos años, la maratón de Estocolmo se solía ganar con marcas cercanas a mi récord personal (2h18'08"). Escogí esta maratón para intentar ganar, sabiendo que esto siempre es difícil y que el circuito es ondulado. Quería verme en el grupo de cabeza, disputar las posiciones con mis rivales, incluso ser capaz de lanzar un ataque. Pero no fue así. La caja de los truenos explotó demasiado pronto.

Mi estado de forma era bueno y podía soñar con mejorar mi marca personal, aunque de manera más humilde me conformaba con bajar de 2h20'. La táctica era sencilla: estar en el grupo de cabeza si el ritmo no era exagerado (no correr a 3'10" o menos) y desear pasar la media maratón entre 1h07'30" y 1h10'00". Si había suerte, el grupo se mantendría unido hasta el kilómetro 30 y a partir de ahí ya no hay mucha táctica posible: verlas venir o, si tienes un día inspirado, tensar un poco. Pero no fue así. El ritmo se aceleró a partir del kilómetro 10 y me quedé solo.

Cruzando la meta, parado el reloj (Foto: M. Rotich)

Los dos primeros parciales de 5000 fueron rápidos pero agradables, con un grupo compacto y a 16'04"-16'06". Y ahí se acabó todo. El grupo aceleró y yo les dejé ir: doce atletas africanos salieron en estampida y atrás me quedé yo, completamente solo, manteniendo el ritmo por lo menos hasta el kilómetro 15 (16'00"). Con la vista en el grupo delantero, analizaba qué corredores parecían más flojos y esperaba que se descolgaran pronto para poder juntarme con ellos o adelantarlos (que esto siempre motiva). Pero nadie se descolgaba y yo empezaba a perder algo de ritmo (16'37").

El paso por la media maratón, después de un kilómetro entero con subida y viento en contra, me empezó a preocupar: 1h08'46". Según la previsión inicial era un paso ideal, pero no contaba con pasar por aquí tan solo y con las sensaciones de que sería muy difícil doblar.

No se veía nadie por delante ni por detrás. Hasta el kilómetro 30 no me adelantó el primer atleta y aunque intenté seguirlo no fui capaz. Ya llevaba un rato haciendo números y pensando si era mejor llegar o pararme. Creo que me ayudó a no pararme el hecho de no saber cómo llegar a meta (ni cuánto tardaría) si salía del circuito y dejaba de correr. 

Destrozado (Foto: M. Rotich)

Otros atletas se pararon y varios me adelantaron. La sensación era cada vez más desagradable, los parciales cada vez más lentos y mis ganas de acabar cada vez más intensas. ¿Por qué todo había salido tan mal? Te vienen pensamientos como estos a todas horas. No fallé un poco, fallé demasiado. Te preguntas si has hecho algo bien porque no es normal correr tan lento después de entrenar tan bien, llegar descansado, preparado. Cambias detalles de la preparación para conseguir el objetivo que tienes previsto y te quedas tan lejos que ya no sabes ni qué tienes que hacer para seguir mejorando.

El atletismo es de los pocos deportes en los que puedes quedar el último y sentirte orgulloso porque te has superado. Corremos para mejorar, competimos para demostrarnos que con el entrenamiento somos más rápidos, más fuertes o más resistentes que antes. Y todo ello se desmorona cuando van pasando los años y no eres capaz de seguir mejorando. Y duele más cuanto más esfuerzo, tiempo y dedicación le pones. Duele mucho.