jueves, 2 de enero de 2014

La shamba



Shamba es la palabra suajili que significa “granja” pero en la mayoría de las ocasiones se acaba traduciendo por “propiedad rural”, allí donde los kenianos tienen sus vacas, su cosecha y donde quieren ser enterrados.

El pasado jueves día 26 visitamos la shamba de mi suegro, donde ahora viven su madre y una de sus hermanas. Aunque no está muy lejos de Eldoret, llegar hasta ella no fue fácil. Seguimos la carretera de Kaptagat hasta llegar a la zona llamada Flax. A partir de ahí, el camino es de tierra y de la mala. Está llena de baches y en varias ocasiones el coche tocó fondo. Pero el paseo mereció la pena.

Recibiendo una taza de mursik como bienvenida (Foto: M. Roig)

En una parcela de dos acres (casi una hectárea, si no me he equivocado con los cálculos), sin agua corriente ni electricidad, pero con un pozo y unas vistas maravillosas, la familia mantiene a varias vacas, algunas ovejas y planta lo que necesita para vivir, intercambiar o vender. Hay tres edificaciones en este terreno: la cocina, la habitación de los niños (durante diciembre los colegios están cerrados y hay varios sobrinos y nietos por aquí) y la despensa.

Al llegar, como dicta la costumbre, nos ofrecieron mursik (ya habé del él en el blog). Estuvimos un buen rato haciendo fotos y explicando cómo está la familia, cómo está la casa y todo lo demás que se tuviera que explicar, pero yo no me enteraba de nada porque en las zonas rurales se habla kalenjin. La abuela de Mercy, que ya tiene más de ochenta años, apenas habla suajili ni inglés y resulta sorprendente que algunas nuevas generaciones están perdiendo sus lenguas tradicionales. Sé de casos en los que abuelos y nietos no se pueden comunicar y me resulta chocante.

Esta es la construcción principal, donde se encuentra la cocina (Foto: M. Roig)

La vida en las zonas rurales de Kenia tiene otro ritmo. Por desgracia no nos quedamos más que una hora; me habría gustado quedarme por lo menos una noche y experimentar cómo se vive cuando no hay grifos ni enchufes. Quedarme bajo las estrellas sin ninguna otra luz que la que produzca el fuego y la pequeña luna que está estos días en el cielo. Ver un amanecer progresivo detrás de las colinas que se dibujan a muchos kilómetros de distancia. Escuchar el silencio de la naturaleza. Respirar el aire más fresco.

Panorámica de 360º de las vistas desde la shamba. Quita el aliento (Foto: M. Roig)

Quizá la próxima vez. Quizá. Ganas no me faltan, aunque no sé si me gustaría estar mucho más de uno o dos días. Será cuestión de probarlo.

2 comentarios:

Pedro dijo...

Gracias Marc. Estas entradas tienen mucho valor.

Raúl Muñoz dijo...

Experiències humanes que t'ajuden a comprendre el comportament de les persones. Tot és més fàcil quan tens el que necessites i no vols més del que tens, tot i que viure en aquestes condicions no deu ser gens còmode per als occidentals acostumats als "luxes" de qualsevol poble o ciutat.