Érase una carrera organizada por un grupo de Luxemburgueses que se disputaba en Kigali, la capital de Ruanda. Aunque el título haga referencia a la distancia de Filípides, también existía la media maratón, la carrera de 5km “run for fun”, la carrera para discapacitados físicos, el maratón por relevos y la carrera de los niños. Todas, excepto la de los niños, se celebraban el domingo por la mañana, aunque la hora nunca nos quedó clara.
Los primeros en salir eran los del “run for fun”, a eso de las ocho menos diez, y después venía el resto a intervalos de cinco minutos. Pasaron las ocho, y las ocho y cuarto, y las ocho y media... En el video-marcador empezaron a emitir videoclips para entretener al personal (y ciertamente nos entretuvo, aunque más por el videoclip en sí, por el modo como lo bailaban algunos participantes). Desde megafonía no paraban de hablar, pero tampoco decían nada interesante; y sobre nuestras cabezas sobrevolaban dos docenas de aves rapaces. A veces pasaban tan cerca que se les podía distinguir el afilado pico y las zarpas de sus extremidades, pero el momento álgido era cuando bajaban en picado hacia el césped del centro del estadio en busca de algún topo que anduviera buscando la luz.
Casi dieron las nueve cuando empezó la “run for fun”. Por suerte el cielo se cubría intermitentemente y el calor pasaba un poco más inadvertido, pero el sol abrasaba la piel de los wazungu (plural de mzungu) que osaban salir a correr. Y osamos, claro que sí, sobre las nueve de la mañana.
Como todas las carreras africanas, la salida fue en estampida. No exagero si digo que más de la mitad de los corredores harían el primer quinientos en menos de 1'30”. Aunque seguro que el primer kilómetro estaba mal colocado (yo lo piqué en 2'59”), a algunas chicas no las atrapé hasta casi el 2000.
El circuito no tenía ningún misterio. Sabiendo que Ruanda es el país de las mil colinas, Kigali no podía ser una excepción y el trazado era un continuo sube-baja que fatigaba de lo lindo. Además estábamos a unos 1500 metros de altitud sobre el nivel del mar y éso se nota. Por lo tanto, con muchas prudencia, me había imaginado que podría correr en menos de 1h10'.
La media maratón constaba de dos vueltas de unos 10,5km cada una y pasé la primera en 35'20”. A esas alturas empezaba a ir muy cansado y dudé mucho sobre el objetivo que tenía marcado. Hacía kilómetros que no existían grupos y, aunque había adelantado a muchos kamikazes, ya cada vez costaba más atrapar a alguien; y eso acaba por desmoralizar. ¡¡Y por si fuera poco, me empezaron a pillar los de la maratón que habían salido después de nosotros!! Me pegué a ellos, con la ilusión de recuperar las sensaciones y el ritmo, pero apenas les aguanté un par de minutos. Luego me alcanzó el segundo grupo y lo mismo, hasta que volví a quedar sólo. Pero ya estaba en el kilómetro 16 y un falso llano a favor me animó. No es que me animara para pillar a alguien, pero de repente parecía que no iba tan lento. Aunque supongo que la diferencia era sólo ficticia, porque sólo adelantaba a los que iban muy flojitos.
Pero de repente creí posible bajar de 1h10'. Casi no adelantaba a nadie pero creía volar. Memorizaba la primera vuelta para saber qué me quedaba y miraba el reloj para calcular cuanto tiempo tenía. Durante unos kilómetros me imaginé que era vencedor (vencedor contra el crono, no vencedor de la carrera, claro). Pero el reloj marcaba el paso del tiempo sin demora y caí en la cuenta de que no lo lograría. Y no lo logré, claro. Llegué a meta el 34º con 1h11'47".
La carrera en sí no tiene ningún misterio. El circuito es aburridito y la organización demasiado caótica, pero puede ser la excusa ideal para visitar Ruanda, un país maravilloso del que todavía hablaré durante unos días.
Los primeros en salir eran los del “run for fun”, a eso de las ocho menos diez, y después venía el resto a intervalos de cinco minutos. Pasaron las ocho, y las ocho y cuarto, y las ocho y media... En el video-marcador empezaron a emitir videoclips para entretener al personal (y ciertamente nos entretuvo, aunque más por el videoclip en sí, por el modo como lo bailaban algunos participantes). Desde megafonía no paraban de hablar, pero tampoco decían nada interesante; y sobre nuestras cabezas sobrevolaban dos docenas de aves rapaces. A veces pasaban tan cerca que se les podía distinguir el afilado pico y las zarpas de sus extremidades, pero el momento álgido era cuando bajaban en picado hacia el césped del centro del estadio en busca de algún topo que anduviera buscando la luz.
Casi dieron las nueve cuando empezó la “run for fun”. Por suerte el cielo se cubría intermitentemente y el calor pasaba un poco más inadvertido, pero el sol abrasaba la piel de los wazungu (plural de mzungu) que osaban salir a correr. Y osamos, claro que sí, sobre las nueve de la mañana.
Como todas las carreras africanas, la salida fue en estampida. No exagero si digo que más de la mitad de los corredores harían el primer quinientos en menos de 1'30”. Aunque seguro que el primer kilómetro estaba mal colocado (yo lo piqué en 2'59”), a algunas chicas no las atrapé hasta casi el 2000.
El circuito no tenía ningún misterio. Sabiendo que Ruanda es el país de las mil colinas, Kigali no podía ser una excepción y el trazado era un continuo sube-baja que fatigaba de lo lindo. Además estábamos a unos 1500 metros de altitud sobre el nivel del mar y éso se nota. Por lo tanto, con muchas prudencia, me había imaginado que podría correr en menos de 1h10'.
La media maratón constaba de dos vueltas de unos 10,5km cada una y pasé la primera en 35'20”. A esas alturas empezaba a ir muy cansado y dudé mucho sobre el objetivo que tenía marcado. Hacía kilómetros que no existían grupos y, aunque había adelantado a muchos kamikazes, ya cada vez costaba más atrapar a alguien; y eso acaba por desmoralizar. ¡¡Y por si fuera poco, me empezaron a pillar los de la maratón que habían salido después de nosotros!! Me pegué a ellos, con la ilusión de recuperar las sensaciones y el ritmo, pero apenas les aguanté un par de minutos. Luego me alcanzó el segundo grupo y lo mismo, hasta que volví a quedar sólo. Pero ya estaba en el kilómetro 16 y un falso llano a favor me animó. No es que me animara para pillar a alguien, pero de repente parecía que no iba tan lento. Aunque supongo que la diferencia era sólo ficticia, porque sólo adelantaba a los que iban muy flojitos.
Pero de repente creí posible bajar de 1h10'. Casi no adelantaba a nadie pero creía volar. Memorizaba la primera vuelta para saber qué me quedaba y miraba el reloj para calcular cuanto tiempo tenía. Durante unos kilómetros me imaginé que era vencedor (vencedor contra el crono, no vencedor de la carrera, claro). Pero el reloj marcaba el paso del tiempo sin demora y caí en la cuenta de que no lo lograría. Y no lo logré, claro. Llegué a meta el 34º con 1h11'47".
La carrera en sí no tiene ningún misterio. El circuito es aburridito y la organización demasiado caótica, pero puede ser la excusa ideal para visitar Ruanda, un país maravilloso del que todavía hablaré durante unos días.
Los resultados de la carrera, aquí.
4 comentarios:
Pues por lo que se ve en la foto cada vez pareces menos mzungu :-)
No sé que tiempo hiciste al final pero vaya pasada que te adelantaran los de la maratón ¡menudo nivel!
Tienes razón, Furacán. Por algunos problemas de conexión, la frase con mi marca no se me publicó. Actualizo la entrada y añado que los de la maratón, como es habitual entre los kenianos, salieron a full y llegaron en cuentagotas, pero me adelantaron, sí señor.
El caos casi controlado forma parte del estilo de vida africano, por cierto, sabes si quedan gorilas en Rwanda?
Buff, quines experiències Marc. Gràcies per compartir-les!
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