Ruli es un poblado no muy lejos de Kigali pero conectado por mala carretera. Allí se estableció una misión dominica el 7 de octubre de 1969, que empezó con labores de pastoral y asistencia sanitaria, pero que ha ido aumentando su campo de actuación de manera imparable (bueno, en algún punto sí le han parado los pies).
Las hermanas me avisan de que un coche saldrá de una gasolinera Engen a las 7 de la mañana del lunes y que puedo ir con ellos. Calculo mal y llego a las 7:15, rezando un poco para que la hora que me dijeran fuera “rwandan time”. Pero no, se han ido o no consigo encontrarlos. Utilizo un teléfono público (algo así como un hombre con un teléfono fijo encima de un taburete en medio de la calle -no me preguntéis dónde estaba enchufado-) y consigo hablar con la hermana. Al parecer acaban de marcharse, pero se darán la vuelta para recogerme. Qué majos, de verdad.
El coche es un 4x4 y las vistas durante el camino, una bendición, pero tanto bache me pasa factura y, si el viaje hubiera durado cinco minutos más, habría devuelto el desayuno. Pero por suerte llegamos a un paraíso, un montículo situado a 1950 metros sobre el nivel del mar, con el aire más puro que os podáis imaginar y con unas vistas hacia los valles que permiten envidiar a los pájaros. Pocos metros más adelante traspasamos una verja con el cartel de “Hôpital de Ruli”.
Me llevan de visita turística por todo el hospital (hospital de campaña, según la hermana Carmen); veo las consultas externas, las visitas con el médico, la maternidad, los quirófanos, el departamento de SIDA, las habitaciones para hospitalizados... y ¡la sala de fisioterapia! Aunque algunas dependencias tienen poco que envidiar a los hospitales que conocemos, la sala de fisioterapia tiene muchísimo que envidiar. La podríamos llamar “sala diáfana”, porque tiene mucho espacio pero poco material.
También me invitan a comer y me enseñan las demás funciones de la misión: el orfanato (donde cada niño tiene una historia detrás que hace dudar de la humanidad de algunas personas), el jardín de infancia (donde por suerte los huérfanos van aprendiendo el abecedario mientras se lo pasan genial), la escuela rural para niñas (niñas que no pudieron ir a la escuela y ahora aprender labor durante un año y al marcharse se les regala una máquina de coser) y el centro nutricional (donde se alimenta a los niños y niñas que más carencias tienen).
Hace unos meses se les sumaba una escuela superior de enfermería, con títulos homologados y un nivel bastante alto, además de un apoyo institucional de la Universitat de Girona, pero algo pasó. Parece que es un tema político, pero nunca se puede afirmar. La región está prosperando y a alguien no le acabó de gustar -por aquello de ser del otro bando-, con lo que cerrar una escuela superior es una herramienta muy útil para que los jóvenes tengan problemas para formarse -y así su bando sea peor que el otro-.
Cuesta hacerse a la idea, pero mientras en Kigali se estaba instalando esta semana la fibra óptica por las aceras de la ciudad, en la mayoría de zonas rurales el agua es ese líquido que circula por los ríos y hay que ir a buscarla al pozo. Supongo que es cuestión de preferencias, pero seguro que a la gente de los poblados les importa muy poco la fibra óptica.
3 comentarios:
Marc,
el teu blog comença a ser addictiu, he, he. Quina enveja!
Salut!
Guillem
I sense fibra òptica... Segur que són més feliços que nosaltres!
Maquíssim el teu post, Marc
Marc!!
entre les mil anécdotes que expliques, destaco una de les gracioses, que bo l'idividu del telèfon!!!
et segueixo, eh?
fins aviat!!
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