Mi estancia en Ecuador será de sólo cinco semanas (digo sólo, porque cuando hablo con los locales me dicen “eso es poquiiito”). Por lo tanto, cualquier plan que se organice a mi alrededor es de mi interés: el sábado tuve barbacoa en la finca de un chico (kilómetros y kilómetros de plátanos y, al terminar, un prado con un río y varios toros; ahí fue la barbacoa) y ayer domingo, romería. He aquí lo que fue la romería.
El autobús tenía que salir de delante de la Fundación a las 2am. Yo, pensando que la puntualidad sudamericana no es muy buena, me acosté con la alarma a la 1:50. Y de repente me llamaron, diciendo que el autobús ya estaba allí y que nos íbamos. Me sorprendió que la alarma no sonara y lo preparé todo rapidísimo, sin despertarme del todo todavía. Salí a la calle y miré mi reloj: medianoche. Eso no me cuadraba mucho pero lo cierto es que el autobús estaba ahí y pronto nos iríamos.
El autobús era feo. Tenía 40 plazas y, como éramos alguno de más, se añadieron sillas de plástico en el pasillo para que nadie anduviera de pie. Los asientos, viejos, eran bicolores: ocre pastoso y verde dolor-de-barriga. Pero lo peor fue la música: algo parecido a mariachis, al máximo del volumen y con las luces a juego cuando al conductor le daba la gana. Dormir no era una opción.
Con este panorama llegamos a Montecristi, lugar de nacimiento de Eloy Alfaro, pero también conocido por tener el Santuario de la Virgen de Montserrat (las comparaciones son odiosas, pero en nada se parece ni iguala a nuestra queridísima Moreneta). Eran menos de las cinco de la mañana y las calles ya estaban llenas de devotos y vendedores. Nosotros bajamos del autobús y yo me apunté al grupo que iría a venerar la imagen de la Virgen (algo parecido como dar el abrazo al apóstol en Santiago). Hicimos una hora de cola, más o menos, y conseguimos nuestro objetivo. Después, misa de 7 que empezó un poco más tarde porque la de 6 se había alargado. Y aquí sí se podía dormir; lo siento por el cura, que parecía dar un sermón muy bonito (y que al terminar nos pidió, a los que estuviéramos despiertos y con fuerzas, que nos levantáramos para seguir con la ceremonia; qué majo).
Después de la misa, desayunamos y compramos algo, antes de subir de nuevo al bus y hacia Manta, para bañarnos en la playa. El día no era soleado y me bañé más por decir que lo he hecho en el Pacífico que porque tuviera ganas, llevándome conmigo varios granos de arena finísima que eran imposibles de eliminar. Y comimos en los restaurantes de la playa y, ya muertos, subimos de nuevo al bus (eran las 5pm) de regreso a casa: ahí empezó el calvario.
Al parecer, a los ecuatorianos les gusta mucho “tomar” y a eso se dedicaron en el viaje de vuelta. Se compraron varias botellas de “cristal” y dale por aquí y dale por allá. A mi me ofrecieron pero no me hacía mucha gracia tomar un alcohol que no conocía, en un autobús tan feo y con gente que no eran mis amigos; vamos, que no lo veía yo muy claro.
La música siguió alta-altísima, los ecuatorianos cantando y las botellas vaciándose. Mientras tuve luz, me dediqué a leer “Hard times”, de Charles Dickens, y pensaba que sus protagonistas no lo estaban pasando tan mal como yo. Mi compañera de asiento, ¿35 años?, empezaba a andar perjudicada y varios boludos la cortejaban. Mientras, en el pasillo, la gente daba consejos de los más sabios: “a los borrachos hay que darles mentol para que se espabilen”, “para ligar hay que hacer así”... El segundo consejo me dio náuseas incluso a mí. Imaginaos que una mujer un tanto obesa (algo parecido a Úrsula en la Sirenita) comenta esa frase mientras cierra los ojos, frunce los labios y se acerca lentamente a la cara de su entrevistado.
Fuera por esa imagen o por el alcohol que ya no se podía tolerar, mi compañera acabó vomitando un poco y salpicando otro. Por suerte me ofrecieron cambiarme de asiento, pero lo que más deseaba era llegar a la Fundación. Incluso me preguntó Úrsula si estaba enojado y, al contestarle que sí, me quiso explicar tantas y tantas cosas que opté por hacerme el dormido; sólo me faltaba la verborrea de una borracha que, cada cierto tiempo, gritaba por el pasillo “¡¡¡que me oriiiinooo!!!”, para que el conductor parara un momento.
Incluso las paradas llegaron a ser molestas porque si, por casualidad, el conductor paraba en una gasolinera o lugar habitado, la gente bajaba en masa para comprar más botellas, mientras en la puerta del baño se formaba una cola bien larga.
Y sobre las 9 de la noche llegamos a El Carmen para encontrarnos que no había luz. Me habría gustado ducharme un poco, pero otro día os cuento cómo se vive sin agua corriente, ¿ok? Total, que me quité la ropa, me puse el pijama y en menos de dos minutos ya estaba durmiendo.
4 comentarios:
¡Vaya epopeya! jajaja, estoy por decirte que lo siento.
Vaya Odisea, se le quitan las ganas de viajar a uno, por esos lares.. jeje
Dos minutos, dos minutos, ¡ya será menos!
Dos y "dose" se parecen mucho; tal vez vaya por ahí la confusión de hora.
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